Newsletter EDYDSI #066 Un mensaje a García

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BOLETÍN PRIVADO #66                                              EDYDSI s.r.l.

Viernes,  16 de junio del 2005                                                Expertos en Software

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Normalmente no envío este tipo de e-mails

Y menos teniendo presente que siempre andamos muy ocupados.

Este e-mail es largo…

 

 

Simplemente lo envío porque lo recomiendo!

Favor disculpen,

Saludos cordiales,

 

Rodrigo Amarilla

EDYDSI s.r.l.

 

 

 

UN MENSAJE A GARCÍA

Introducción
Esta pequeña narración, "Un Mensaje a García", fue escrita en una sola hora,
por la tarde después de la comida. Esto sucedió el 22 de febrero de 1899,
día en que se conmemora el natalicio de Washington. La edición
correspondiente al mes de marzo de la revista "Philistine" iba a entrar en
prensa.

Nació como brote entusiasta de mi corazón, escrito después de un día en que
había agotado mis fuerzas tratando de convencer a algunos aldeanos
indolentes, para que abandonasen su estado comatoso, por una actividad
radial.

Pero la verdadera inspiración brotó al calor de la discusión, mientras bebía
una taza de té, con mi hijo Bert, quien sostenía que el verdadero héroe de
la Guerra de Cuba había sido Rowan, quien, por sí solo, había realizado la
más importante hazaña: había llevado El Mensaje a García.

Fue una idea inspiradora. Mi hijo tenía razón, porque efectivamente había
sido un verdadero héroe el realizador de aquella obra, el que había llevado
el mensaje a García. Me levanté y escribí el relato.

Tan poco importante me pareció el artículo así realizado, que lo publiqué
sin título. Salió la edición y en breve vinieron peticiones por mayor número
de ejemplares de la edición de marzo de "Philistine", una docena, cincuenta,
cien. Cuando la Compañía de Noticias Americanas pidió mil ejemplares,
pregunté a mis ayudantes cuál era el artículo que había conmovido en tal
forma al público. Este era el artículo sobre García.

Al día siguiente George H. Daniels, del Ferrocarril Central de Nueva York,
nos mandó el siguiente telegrama: "Coticen precio cien mil ejemplares de
artículo Rowan en forma de panfleto, con aviso del Empire State Express al
final y digan en qué fecha pueden entregarlos".

Contesté dando el precio y añadí que entregaríamos los folletos en dos años.
Nuestros talleres eran entonces muy pequeños y cien mil folletos nos
parecían una enormidad.

El resultado fue que hube de autorizar al señor Daniels para que
reimprimiera el artículo como quisiera. Así salió medio millón de
ejemplares, en forma de folleto.

Por dos o tres veces más lo reprodujo el señor Daniels, en cantidad de medio
millón y más de doscientos periódicos y revistas lo reprodujeron también.
Posteriormente fue traducido a todas las lenguas.

Cuando el señor Daniels distribuía el "Mensaje a García", estaba aquí el
Príncipe Hilakoff, Director los Ferrocarriles de Rusia. Era huésped del
Ferrocarril Central de Nueva York y el señor Daniels lo acompañó en su viaje
a través del país. El Príncipe vio el artículo y se interesó por él,
probablemente no por otra cosa que por estarlo distribuyendo tan en grande
el señor Daniels. Sea de ello lo que se quiera, cuando regresó a su país, lo
hizo traducir al ruso y dio un ejemplar a cada empleado de los ferrocarriles
de Rusia.

Otros países siguieron el ejemplo y de Rusia pasó a Alemania, a Francia, a
España, a Turquía, al Indostán y a China.

Durante la guerra entre Rusia y el Japón, cada soldado llevaba consigo un
ejemplar del "Mensaje a García". Los japoneses encontraron estos folletos en
manos de los prisioneros y, pensando que tendrían algún mérito, los
tradujeron al japonés. Y por orden del Mikado se dio un ejemplar a cada
empleado del gobierno japonés, civil o militar.

"Un Mensaje a García" ha sido impreso, pues, en más de cuarenta millones de
ejemplares, suma que jamás ha alcanzado publicación alguna, quizá gracias a
una serie de incidentes afortunados.

 

Un Mensaje a García

Hay en la historia de Cuba un hombre que destaca en mi memoria como Marte en
Perihelio.
Al estallar la guerra entre los Estados Unidos y España, era necesario
entenderse con toda rapidez con el jefe de los revolucionarios de Cuba.

En aquellos momentos este jefe, el general García, estaba emboscado en las
asperezas de las montañas: nadie sabía dónde. Ninguna comunicación le podía
llegar ni por correo ni por telégrafo. No obstante, era preciso que el
presidente de los Estados Unidos se comunicara con él. ¿ Qué debería hacerse
?

Alguien aconsejó al Presidente: "Conozco a un tal Rowan que, si es posible
encontrar a García, lo encontrará".

Buscaron a Rowan y se le entregó la carta para García.

Rowan tomó la carta y la guardó en una bolsa impermeable, sobre su pecho,
cerca del corazón.

Después de cuatro días de navegación dejó la pequeña canoa que le había
conducido a la costa de Cuba. Desapareció por entre los juncales y después
de tres semanas se presentó al otro lado de la isla: había atravesado a pie
un país hostil y había cumplido su misión de entregar a García el mensaje de
que era portador.

No es el objeto de este artículo narrar detalladamente el episodio que he
descrito a grandes rasgos. Lo que quiero hacer notar es lo siguiente: Mc
Kinley le dio a Rowan una carta para que la entregara a García, y Rowan no
preguntó: "¿ En dónde lo encuentro ?"

Verdaderamente aquí hay un hombre que debe ser inmortalizado en bronce y su
estatua colocada en todos los colegios del país.

Porque no es erudición lo que necesita la juventud, ni enseñanza de tal o
cual cosa, sino la inculcación del amor al deber, de la fidelidad a la
confianza que en ella se deposita, del obrar con prontitud, del concentrar
todas sus energías; hacer bien lo que se tiene que hacer. "Llevar un Mensaje
a García".

El general García ha muerto; pero hay muchos otros Garcías en todas partes.

Todo hombre que ha tratado de llevar a cabo una empresa para la que necesita
la ayuda de otros, se ha quedado frecuentemente sorprendido por la estupidez
de la generalidad de los hombres, por su incapacidad o falta de voluntad
para concentrar sus facultadas en una idea y ejecutarla.

Ayuda torpe, craso descuido, despreciable indiferencia y apatía por el
cumplimiento de sus deberes: tal es y ha sido siempre la rutina. Así, ningún
hombre sale avante, ni se logra ningún éxito si no es con amenazas o
sobornando de cualquier otra manera a aquellos cuya ayuda es necesaria.

Lector amigo, tú mismo puedes hacer la prueba.

Te supongo muy tranquilo, sentado en tu despacho y a tu alrededor seis
empleados dispuestos todos a servirte. Llama a uno de ellos y hazle este
encargo: "Busque, por favor, en la enciclopedia y hágame un breve memorándum
acerca de la vida del Correggio".

¿Esperas que tu empleado con toda calma te conteste: "Sí, señor", y vaya
tranquilamente a poner manos a la obra?

¡Desde luego que no! Abrirá desmesuradamente los ojos, te mirará sorprendido
y te dirigirá una o más de las siguientes preguntas:

¿Quién fue?

¿Cuál enciclopedia?

¿Me da la direccion?

¿Eso me corresponde a mí?

Usted quiere decir Bismark, ¿no es cierto?

¿No sería mejor que lo hiciera Carlos?

¿Me falta un ayudante?

¿Murió ya?

¿No sería mejor que le trajera el libro para que usted mismo lo buscara?

¿Para qué lo quiere usted saber?

¿Tengo mucha tarea?

Apuesto diez contra uno, a que después de haber contestado a tales preguntas
y explicado cómo hallar la información que deseas y para qué la quieres, tu
dependiente se marchará confuso e irá a solicitar la ayuda de sus compañeros
para "encontrar a García". Y todavía regresará después para decirte que no
existe tal hombre. Puedo, por excepción, perder la apuesta; pero en la
generalidad de los casos, tengo muchas probabilidades de ganarla.

Si conoces la ineptitud de tus empleados no te molestarás en explicar a tu
"ayudante", que Correggio se encuentra en la letra C y no en la K. Te
limitarás a sonreír e irás a buscarlos tú mismo.

No parece sino que es indispensable el nudoso garrote y el temor a ser
despedido el sábado más próximo, para retener a muchos empleados en sus
puestos. Cuando se solicita un taquígrafo, de cada diez que ofrezcan sus
servicios, nueve no sabrán escribir con ortografía y algunos de ellos
considerarán este conocimiento como muy secundario.

¿Podrá tal persona redactar una carta a García?

-¿Ve usted este tenedor de libros?

- me decía el administrador de una gran fábrica.

- Sí, ¿por qué?

- Es un gran contador, pero si le confío una comisión, sólo por casualidad
la desempeñará con acierto. Siempre tendré el temor de que en el camino se
detenga en cada cantina que encuentre y cuando llegue a la Calle Real, haya
olvidado completamente lo que tenía que hacer.

¿Crees, querido lector, que a tal hombre se le puede confiar Un Mensaje para
García?

A últimas fechas es frecuente escuchar que se excita nuestra compasión para
los enternecedores lamentos de los desheredados, esclavos del salario, que
van en busca de un empleo. Y esas voces a menudo van acompañadas de
maldiciones por los que están "arriba".

Nadie compadece al patrón que envejece antes de tiempo, por esforzarse
inútilmente para conseguir que el aprendiz chambón ejecute bien un trabajo.
Ni nos ocupamos del tiempo y paciencia que pierde en educar a sus empleados
para que estén en aptitud de realizar su trabajo, empleados que flojean en
cuanto vuelve la espalda.

En todo almacén o fábrica se encuentran muchos zánganos, y el patrón se ve
obligado a despedir a sus empleados todos los días, por su ineptitud para
defender los intereses de la negociación. Y a cada despedido siguen y
seguirán muchos iguales.

Esta es invariablemente la historia que se repite en tiempos de abundancia.
Pero cuando, por efecto de las circunstancias, escasea el trabajo, el jefe
tiene oportunidad de escoger cuidadosamente y de señalar la puerta a los
ineptos y a los holgazanes.

Por propio interés, cada patrón procura conservar lo mejor que encuentra; es
decir, a aquellos que pueden llevar Un Mensaje a García.

Conozco un individuo que se halla dotado de cualidades y aptitudes
verdaderamente sorprendentes; pero carece de la habilidad necesaria para
manejar sus propios negocios y que es absolutamente inservible para los
demás. Sufre la monomanía de que sus jefes lo tiranizan y tratan de
oprimirlo. No sabe dar órdenes ni quiere recibirlas.

Si se le confía Un Mensaje a García probablemente contestará "llévelo usted
mismo".

Actualmente este individuo recorre las calles en busca de trabajo, sin más
abrigo que un deshilachado saco por donde el aire se cuela silbando. Nadie
que lo conozca accederá a darle empleo. A la menor observación que se le
hace monta en cólera y no admite razones: sería preciso tratarlo a
puntapiés, para sacar de él algún partido.

Convengo de buen grado en que un ser tan deforme, bajo el punto de vista
moral es digno cuando menos de la misma compasión que nos inspira un lisiado
físicamente. Pero en medio de nuestro filantrópico enternecimiento, no
debemos olvidar derramar una lágrima por aquellos que se afanan en llevar a
cabo una gran empresa; por aquellos cuyas horas de trabajo son ilimitadas,
pues para ellos no existe el silbato; por aquellos que a toda prisa
encanecen, a causa de la lucha constante que se ven obligados a sostener
contra la mugrienta indiferencia, la andrajosa estupidez y la negra
ingratitud de los empleados que, si no fuera por el espíritu emprendedor de
estos hombres, se verían sin hogar y acosados por el hambre.

¿Son demasiados severos los términos en que acabo de expresarme? Tal vez sí.
Pero cuando todo mundo ha prodigado su compasión por el proletario inepto,
yo quiero decir una palabra de simpatía hacia el hombre que ha triunfado,
hacia el hombre que, luchando con grandes obstáculos, ha sabido dirigir los
esfuerzos de otros, y , después de haber vencido, se encuentra con que lo
que ha hecho no vale nada; sólo la satisfacción de haber ganado su pan.

Yo mismo he cargado la portaviandas y trabajado por el jornal diario; y
también he sido patrón de empresa, empleado "ayuda" de la misma clase a que
me he referido, y sé bien que hay argumentos por los dos lados.

La pobreza en sí, no reviste excelencia alguna. Los harapos no son
recomendables ni recomiendan por ningún motivo. No son todos los patrones
rapaces y tiranos, ni tampoco todos los pobres son virtuosos.

Admiro de todo corazón al hombre que cumple con su deber, tanto cuando está
ausente el jefe, como cuando está presente. Y el hombre que con toda calma
toma el mensaje que se le entrega para García, sin hacer tantas preguntas,
ni abrigar la aviesa intención de arrojarlo en la primera atarjea que
encuentre, o de hacer cualquier otra cosa que no sea entregarlo, jamás
encontrará cerrada la puerta, ni necesitará armar huelgas para obtener un
aumento de sueldo.

Esta es la clase de hombres que se necesitan y a la cual nada puede negarse.
Son tan escasos y tan valiosos, que ningún patrón consentirá en dejarlos ir.


A un hombre así, se le necesita en todas las ciudades, pueblos y aldeas, en
todas las oficinas, talleres, fábricas y almacenes. El mundo entero clama
por él, se necesita, ¡¡urge. el hombre que pueda llevar un mensaje a
García!!

 

 

----- Fin -----
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Sistemas de Información
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Asunción, Paraguay
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